domingo, 27 de abril de 2014

Ese abrazo.

Acostada en la cama, con una lágrima en el ojo, con fuerza mi almohada abracé, entendí que las cosas ya no eran como creía y empezó a doler, mis lágrimas se derramaban penetrando sobre la tela gastada de esa almohada vieja. Cada vez era más grande el pedazo de tela mojado, a través de mis ojos veía cómo la imagen se distorsionaba por los restos de lágrimas que en mis pestañas quedaban.
Sola, en un colchón, donde nadie preguntaba, donde nadie se interesaba, entendí que puede importar más una vieja historia que una lágrima nueva; tuve miedo, me sentí asustada y casi sin salida.
Mi cabeza no dejaba de pensar en ese abrazo que tanto deseaba y en que esa persona apareciera, y que nunca se vaya. Creí que nunca iba a venir y, así fue, nunca llegó; me tomó por sorpresa, lo esperaba.
El miedo me invadía poco a poco, cada vez más, ya no lo podía frenar, ya estaba dentro mío; el miedo de saber que nunca iba a llegar, que nunca iba a pasar, que nunca iba a tener ese abrazo, su abrazo. Ese  de que me faltaba su calidez que acaricia mi alma con suavidad, pensando que siempre se iba a quedar.
Se aleja y siento que no puedo darle ese ultimo abrazo para su alma acariciar, para su corazón sentir y casi sin soltarlo sus labios besar y sentir esa especie de sabor dulce que tan rico es.
Aún te busco, aún quiero abrazarte.
Alguna vez podré verte llegar?